domingo, 14 de noviembre de 2021

EL SUEÑO DE QUECO - (Escrito por Sergio Faúndez Gaete 1935-2012) Graneros

 

“El sueño de Queco”  

 

Obra inédita de Sergio Faúndez Gaete basada en su historia de vida, sin editar

Este es un Testimonio de Vida encontrada entre los innumerables tesoros Gráficos de Antaño recuperado “post  mortis”

 

Queco era un niño esmirriado (*).  Bajo  de estatura y de origen modesto.  Su padre había sido “Paco” o policía de los azules a partir del año 1910, allá en Santiago, pero lo jubilaron con casi veinte años de servicios por incapacidad física causada por accidente del trabajo.  La pensión que le otorgó la institución era misérrima (*) y por tal motivo buscó nuevos horizontes en provincia y por ello se radicó en los alrededores de Graneros.  Para subsistir vendía verduras y frutas de temporada.

Queco era el mayor de cuatro hermanos legítimos.  Tenía otro hermano mayor pero era solo de padre porque el progenitor de ambos era viudo por dos veces y vuelto a casar.

Como hermano mayor tenía que ayudar al sustento del negocio y era el encargado de transportar las verduras y hortalizas frescas que ofrecía el negocio a sus clientes.  De poca edad, ya a los doce años, recorría casi cuatro kilómetros con un saco de cebollas, choclos o repollos, según fuera la época, cargando sobre su hombro el bulto de marras, el que se hacía más y más pesado según caminaba.  Así era su vida.

Pero Queco tenía un sueño.  Soñaba que su padre no fuera tan “baratero” para cobrar por la mercancía y así pudiese comprar un carretón de mano con qué aliviar el transporte de la carga.  A veces, pudo haber sido posible este anhelo, pero el viejo era buen amigo de sus amigos y le gustaba pagar él las copas que pedía en el Depósito de la Sra. Rita.

Cuando viajaba cargado por el polvoriento y pedregoso camino que unía Graneros, Tuniche y Rancagua, Queco anhelaba terminar sus estudios primarios.  Ser grande para tener un vehículo de cuatro ruedas con motor.  Así le sería más fácil transportar la mercadería hasta el boliche y comprar las sandías a un mejor precio.  Por cierto que no solo compraban sus verduras en los alrededores.  Desde que corrieron las primeras “micros” entre Graneros y Rancagua, había una, a las siete de la mañana que llevaba a los comerciantes y estudiantes y volvía a las nueve con los comerciantes con sus compras de la vega rancagüina y algunos pasajeros en general.

Pasó el tiempo, Queco creció un tanto.  Su padre pudo comprar un viejo carretón de mano pero ya el trabajo de transporte lo tuvo que asumir su hermano menor en seis años, “El Ramón” que también sabía trabajar el chancho a la chilena que el padre elaboraba en la época invernal.

Pero con su ingreso a la adolescencia y ya con dieciséis años de edad, nuestro personaje tuvo posibilidades de trabajo en la fábrica lechera del pueblo.  Este nuevo horizonte le permitió incursionar en otras áreas como por ejemplo la deportiva - futbolística, la de la música y el baile y en especial la de mujeres de la vida.  Otro de los problemas de Queco residía era con su visión.  El pobre era “tuerto” y se sentía menospreciado por las niñas de la sociedad lugareña.  Ese complejo lo hizo, además, ser un poco tímido y en forma inconsciente, era arriesgado.  Usaba una filosa cortaplumas y cargaba una pistola que compró cuando tenía 14 años de edad, después de perder un ojo.  Pero Queco no era brabucón y respetaba a las mujeres de la vida como grandes damas.  Ellas, en los barrios de Rubio, Maruri, Lastarria, Carreras Pinto y Aurora le conocían por el mote de “Ojito de Vidrio”.  El hecho de disparar o de batirse con arma cortante en mano, le obligaba a ser respetuoso con toda persona.  De hecho, cuando tuvo alguna de estas reyertas, como le sucedió alguna vez en Rancagua, frente a un pasaje que une Patricio Allende con Rubio, salió de la “Casa de Ladrillos” para dirimir diferencias con un rucio que le quitó la prenda de su apetencia.  De alguna manera, sus amigos no eran maleantes, pero sí huachucheros.  Viajaban a Caletones o hasta Sewell transportando aguardiente a lugares mineros donde imperaba la “Ley Seca”.

Queco, en esa época se olvidó de los sueños de tener un carretón de mano.  Se sumió en el goce de tener una mujer en los lugares donde había vida alegre Cabarets de Santiago como el “Zepelin”, el Goyesca, El Negro Bueno, el Bar Juanito de la plaza de Almagro eran visitadas por Queco cuando viajaba a la capital cada quince días. Y como el afán de las mujeres lo subyugó, a veces pedía a un compañero de trabajo “El Guaina” le facilitase su bicicleta para viajar a Rancagua y volver en ella, antes de la cinco de la madrugada a su trabajo.

Y con ello se restablece el sueño de tener vehículo de Queco.  Adquiere una buena bicicleta con facilidades de pago a un profesional y deportista del ramo de su pueblo, para viajar a Rancagua y para otros menesteres dentro de su localidad.

Y la vida siguió su curso normal para Queco.  Decidió contraer matrimonio en Mostazal, año 1957.  Ya tenía algunas experiencias y aventuras y consideraba tener derecho a tener familia.  El hombre no miraba mujeres de su pueblo porque consideraba que eran discriminadoras por su defecto físico y porque se había acostumbrado a  mujeres de vida alegre.  Para cambiar, miró a una muchacha de otra ciudad, San Francisco de Mostazal, cuyas cualidades era su timidez y sus gruesos “choclos”. *

Un vecino del barrio le facilitó un automóvil para trasladar a la novia que vivía a 14 kilómetros de la ciudad.  El vehículo fue conducido por el Lenín, amigo del barrio.  También asistieron a la boda otros cuatro amigos y el Padrino del evento.  Además, fue acompañado por su hermano Ramón. Como eran muchos, no cupieron en un viaje, el auto 

debió trasladar al primer grupo, donde viajaron los novios, el padrino y un amigo, volviendo de inmediato a Mostazal a la iglesia, donde esperaban ser trasladado el resto de los amigos de Queco.  Era la época de los año 50, por lo tanto, las condiciones viales y vehiculares eran ´pésimas.

Y en Graneros, el ágape se inició.  Pasaron algunas horas y el resto de los amigos y comitiva al matrimonio no llegaba.  Queco en su fuero interno divagaba ¡Ah, si yo tuviese un auto propio¡

Al final, después de tres horas llegaron los ausentes.  Habían empujado por tres horas en camino de tierra pedregosa al vehículo que sufrió una panna*

Y se pobló el hogar con dos hijos (Ricardo 16 de Agosto de 1958 y  Tina 18 Septiembre  1959).  Queco seguía soñando con su auto propio.  Su sueño de un auto japonés moderno podría haber surgido de algún premio de lotería, pero eso era casi imposible.  De todas formas, en la época de las motos y motonetas, año 1960 aproximadamente, Queco adquirió una de estas máquinas. En ellas se trasladaba a paseos el matrimonio e hijos; de cualquier forma, el varón, a horcajadas delante del asiento del conductor y la niña entre el asiento de la acompañante, en este caso la madre y esposa de Queco  “La Carmela”.

Y transcurre el tiempo.  Ya los niños han crecido y Queco aún no logra el sueño del automóvil moderno.  En este lapso logró tener una camioneta que primariamente era un auto Ford, modelo 30.  Después logró una “Citroneta” modelo año 1962.  Esta era tan rápida de velocidad que una noche voló: Se la robaron desde frente a su vivienda y nunca más la volvió a ver”.

Pasaron los años.  Ya en el siglo XXI, año 2002, los años le pesan a Queco, es cierto, pero el sueño de un auto japonés le parece muy cercano.  Una sobrina tenía uno de estos, Mazda para ser exactos y Queco lo adquirió para cumplir su sueño.  Tenía detalles de motor y abolladuras, pero “el mago Carrizo” lo dejaría “impeque”*, pensó Queco.  Total, era el último sueño de este anciano que se podría realizar.

Queco solicitó los servicios de un mecánico que viajaba desde Santiago para reparar el motor.  A la vez el genio de los desabolladores locales, repararía los daños que causó e último estrellón que sufrió el vehículo.  Ya en el taller, el personal de Carrizo no le ponía interés en desabollar.  Por su parte, el mecánico, desarmó rápido el motor y entregó una lista de repuestos a Queco.  Y se inicia el drama.  El automóvil japonés ya no era tan vigente.  Los repuestos eran escasos.  Después de mucho viajar y andar en Santiago, logró que el maestro armase el motor.  Aquí surgen otros dramas.  El motor funcionó un cuarto de hora y se detuvo.  El maestro pidió que la máquina fuese arrastrada por un camión para que así funcione indicó el maestro.  El asunto falló y de nuevo  se desarmó el motor.  Tenía dañada algunas piezas a causa del arrastre para que partiera.  Queco buscó una culata yun eje de leva difícil de encontrar en el comercio que encontró en desarmadurías.  Mandó a reparar estos elementos para que pudiesen ser usados en el vehículo.  De nuevo falló el trabajo y ya sacando cuentas, Queco detectó haber pagado casi un auto año 2002, en los repuestos y otros que a la sazón había efectuado.

Y ya el asunto estaba listo.  Le faltaban muy pocos detalles para trasladar el automóvil hasta la planta regional de Revisión Técnica.  Sabía que allí las cosas eran difíciles si no se tenía “el contacto” para pasar la revisión.  Y él, era amigo de cumplir las reglas de seguridad.  Por lo tanto, era su interés que el vehículo estuviese en buena forma técnica.  Además, en la reparación había gastado todo el dinero que acumuló en su libreta de ahorros durante 40 años y el producto del desahucio que recibió en su jubilación.

Su esposa y los hijos nada le decían.  Era el sueño del viejo tener un auto bueno y no le criticaban su empeño.  También le era cercana una vieja hermana que le decía ¿Cómo va el auto Queco?  A lo que éste respondía ¡Me falta poquito!  Un día le dijo: Me faltan dos neumáticos nuevos, y la hermana le pasó un cheque para comprar ambos repuestos.

Para mayor desgracia, la parte eléctrica del auto debió ser reparada tres veces.  La primera, se quemó el motor de partida.  La segunda fue reparada una parte, pero al sacar del taller al vehículo, el maestro calculó mal una maniobra y rozó una camioneta que estaba también en reparación.  Queco debió cancelar el costo del accidente.  Dos días después volvió con el “Mazda” impecable, reparadito y todo.  Sólo le faltaba alinear las luces.  Muy contento llegó a su casa para ubicar los documentos de su adquisición motriz.  La esposa le dijo ¡Qué bien…pero, está chocado en la parte del guardafangos derecho trasero!  Queco no se había percatado  de ese error ocurrido de nuevo en el taller del electricista.  Otra vez volvió a la reparación de la parte accidentada y un nuevo pago acrecentó la cuenta de la puesta en marcha del vehículo japonés soñado por el ya anciano futuro automovilista.  Después de sortear los muchos obstáculos, Queco pudo llegar a la Planta Revisora.. ¡Un conocido le había manifestado por ser año 1978, su auto no va a pasar la revisión!  Pero está todo reajustado y con repuestos nuevos –contestó nuestro protagonista – Sí, dijo el interlocutor, pero igual le van a hacer revisar por dos veces el coche.

Ya en la Planta Revisora de Rancagua, el diagnóstico fue:  Rechazado. - Debe revisar los gases.  -Los asientos no tienen buen tapiz. - La alineación es deficiente. - Debe renovar la máquina por un auto nuevo.

Queco sintió un vértigo.  Quiso  reaccionar en forma  violenta y recordó que para salir con cero falta de la revisión técnica, había en muchos casos, que ponerse con una atención para el técnico.  Y Queco ya no tenía dinero.  Su capital era justo para la bencina y volver a Graneros.  Cayó de bruces al suelo roncando más fuerte que el motor de su antiguo Ford año 30, un eje de leva difícil de encontrar en el comercio que encontró en desarmadurías.  Mandó a reparar estos elementos para que pudiesen ser usados en el vehículo.  De nuevo falló el trabajo y ya sacando cuentas, Queco detectó haber pagado casi un auto año 2002, en los repuestos y otros que a la sazón había efectuado.

Y ya el asunto estaba listo.  Le faltaban muy pocos detalles para trasladar el automóvil hasta la planta regional de Revisión Técnica.  Sabía que allí las cosas eran difíciles si no se tenía “el contacto” para pasar la revisión.  Y él, era amigo de cumplir las reglas de seguridad.  Por lo tanto, era su interés que el vehículo estuviese en buena forma técnica.  Además, en la reparación había gastado todo el dinero que acumuló en su libreta de ahorros durante 40 años y el producto del desahucio que recibió en su jubilación.

Su esposa y los hijos nada le decían.  Era el sueño del viejo tener un auto bueno y no le criticaban su empeño.  También le era cercana una vieja hermana que le decía ¿Cómo va el auto Queco?  A lo que éste respondía ¡Me falta poquito!  Un día le dijo: Me faltan dos neumáticos nuevos, y la hermana le pasó un cheque para comprar ambos repuestos.

Para mayor desgracia, la parte eléctrica del auto debió ser reparada tres veces.  La primera, se quemó el motor de partida.  La segunda fue reparada una parte, pero al sacar del taller al vehículo, el maestro calculó mal una maniobra y rozó una camioneta que estaba también en reparación.  Queco debió cancelar el costo del accidente.  Dos días después volvió con el “Mazda” impecable, reparadito y todo.  Sólo le faltaba alinear las luces.  Muy contento llegó a su casa para ubicar los documentos de su adquisición motriz.  La esposa le dijo ¡Qué bien…pero, está chocado en la parte del guardafangos derecho trasero!  Queco no se había percatado  de ese error ocurrido de nuevo en el taller del electricista.  Otra vez volvió a la reparación de la parte accidentada y un nuevo pago acrecentó la cuenta de la puesta en marcha del vehículo japonés soñado por el ya anciano futuro automovilista.  Después de sortear los muchos obstáculos, Queco pudo llegar a la Planta Revisora.. ¡Un conocido le había manifestado por ser año 1978, su auto no va a pasar la revisión!  Pero está todo reajustado y con repuestos nuevos –contestó nuestro protagonista – Sí, dijo el interlocutor, pero igual le van a hacer revisar por dos veces el coche.

Ya en la Planta Revisora de Rancagua, el diagnóstico fue:  Rechazado. - Debe revisar los gases.  -Los asientos no tienen buen tapiz. - La alineación es deficiente. - Debe renovar la máquina por un auto nuevo.

Queco sintió un vértigo.  Quiso  reaccionar en forma  violenta y recordó que para salir con cero falta de la revisión técnica, había en muchos casos, que ponerse con una atención para el técnico.  Y Queco ya no tenía dinero.  Su capital era justo para la bencina y volver a Graneros.  Cayó de bruces al suelo roncando más fuerte que el motor de su antiguo Ford año 30.

Y Queco nunca cumplió su sueño.  No le quedaban amigos.  Todos habían partido antes que él.

Al ingresar su alma a una sala medio en penumbras, no atinaba a ubicarse, hasta que divisó una luz y un aviso luminoso que indicaba: “Purgatorio”. Y un letrero informando:  Quienes provengan de la Sexta Región, Chile y deseen ingresar y conducir vehículos motorizados no contaminantes en este Purgatorio y no tenga al día  el certificado de Revisión Técnica de la máquina otorgado por una Planta  Revisora  rancagüina deberán esperar el Día del Juicio Final, o buscarse un personero político que no tenga antecedentes reprobados en la Corte de Apelaciones Regional.  No se aceptarán otros documentos que los emitidos por el Ministerio de Transportes Chileno.  Al efecto para reclamos u otros, consulte en la ventanilla del frente signada  como Infierno. Ahí recibirán atención personalizada de acuerdo a su currículum”

Y entonces recordó que él nunca hizo méritos para ser considerado en cualquier presentación ideológica o social.  Era de pensamiento en blanco.  No comprometido y no sería bienvenido en el Averno.

Por lo tanto, el alma de Queco vaga de taller en taller y de planta revisora en planta revisora, esperando el “Día” prometido para salir del Purgatorio conduciendo su automóvil Mazda año 1978, en las super-carreteras no concesionadas del más allá.”        

F I N

Queco.

Nota:

Texto encontrado aprox. Año 2014 entre los manuscritos y otros documentos y fue traspasado íntegramente de acuerdo al texto original.  Es parte de la vivencia de un soñador y Quijote mi padre  Sergio Osvaldo Faúndez Gaete, quien falleció el 23 de  Noviembre del año 2012.  Fue  pionero en reconstruir la Historia de su pueblo Graneros en sus Crónicas de Graneros, Editor del Periódico Quincenal ESFUERZO.  Hijo Ilustre de su Graneros querido.

Su hija

Bernardita Faúndez Lorca

14 de Noviembre de 2021.



 Imagen del año 1958:  Sergio Faúndez y Carmen Lorca

 

martes, 21 de julio de 2020

miércoles, 24 de agosto de 2011

martes, 3 de mayo de 2011

martes, 19 de abril de 2011

Sara Parga - CANCIONES DE ESTUDIO !!!! parte 1

SARA PARGA... RELIQUIAS SONORAS Y DE LA TRADICION CHILENA

Es para mí un verdadero orgullo conocer a través de un bisnieto a doña SARA PARGA PEÑALOZA, quien en la década del año 30, ya era reconocida por ser parte de Las Cuatro Huasas.