Obra
inédita de Sergio Faúndez Gaete basada en su historia de vida, sin editar
Este
es un Testimonio de Vida encontrada entre los innumerables tesoros Gráficos de
Antaño
recuperado “post mortis”
Queco
era un niño esmirriado (*). Bajo de estatura y de origen modesto. Su padre había sido “Paco” o policía de los
azules a partir del año 1910, allá en Santiago, pero lo jubilaron con casi
veinte años de servicios por incapacidad física causada por accidente del
trabajo. La pensión que le otorgó la
institución era misérrima (*) y por tal motivo buscó nuevos horizontes en
provincia y por ello se radicó en los alrededores de Graneros. Para subsistir vendía verduras y frutas de
temporada.
Queco
era el mayor de cuatro hermanos legítimos.
Tenía otro hermano mayor pero era solo de padre porque el progenitor de
ambos era viudo por dos veces y vuelto a casar.
Como
hermano mayor tenía que ayudar al sustento del negocio y era el encargado de
transportar las verduras y hortalizas frescas que ofrecía el negocio a sus
clientes. De poca edad, ya a los doce
años, recorría casi cuatro kilómetros con un saco de cebollas, choclos o
repollos, según fuera la época, cargando sobre su hombro el bulto de marras, el
que se hacía más y más pesado según caminaba.
Así era su vida.
Pero
Queco tenía un sueño. Soñaba que su
padre no fuera tan “baratero” para cobrar por la mercancía y así pudiese
comprar un carretón de mano con qué aliviar el transporte de la carga. A veces, pudo haber sido posible este anhelo,
pero el viejo era buen amigo de sus amigos y le gustaba pagar él las copas que
pedía en el Depósito de la Sra. Rita.
Cuando
viajaba cargado por el polvoriento y pedregoso camino que unía Graneros,
Tuniche y Rancagua, Queco anhelaba terminar sus estudios primarios. Ser grande para tener un vehículo de cuatro
ruedas con motor. Así le sería más fácil
transportar la mercadería hasta el boliche y comprar las sandías a un mejor
precio. Por cierto que no solo compraban
sus verduras en los alrededores. Desde
que corrieron las primeras “micros” entre Graneros y Rancagua, había una, a las
siete de la mañana que llevaba a los comerciantes y estudiantes y volvía a las
nueve con los comerciantes con sus compras de la vega rancagüina y algunos
pasajeros en general.
Pasó
el tiempo, Queco creció un tanto. Su
padre pudo comprar un viejo carretón de mano pero ya el trabajo de transporte
lo tuvo que asumir su hermano menor en seis años, “El Ramón” que también sabía
trabajar el chancho a la chilena que el padre elaboraba en la época invernal.
Pero con su ingreso a la adolescencia y ya con dieciséis años de edad, nuestro personaje tuvo posibilidades de trabajo en la fábrica lechera del pueblo. Este nuevo horizonte le permitió incursionar en otras áreas como por ejemplo la deportiva - futbolística, la de la música y el baile y en especial la de mujeres de la vida. Otro de los problemas de Queco residía era con su visión. El pobre era “tuerto” y se sentía menospreciado por las niñas de la sociedad lugareña. Ese complejo lo hizo, además, ser un poco tímido y en forma inconsciente, era arriesgado. Usaba una filosa cortaplumas y cargaba una pistola que compró cuando tenía 14 años de edad, después de perder un ojo. Pero Queco no era brabucón y respetaba a las mujeres de la vida como grandes damas. Ellas, en los barrios de Rubio, Maruri, Lastarria, Carreras Pinto y Aurora le conocían por el mote de “Ojito de Vidrio”. El hecho de disparar o de batirse con arma cortante en mano, le obligaba a ser respetuoso con toda persona. De hecho, cuando tuvo alguna de estas reyertas, como le sucedió alguna vez en Rancagua, frente a un pasaje que une Patricio Allende con Rubio, salió de la “Casa de Ladrillos” para dirimir diferencias con un rucio que le quitó la prenda de su apetencia. De alguna manera, sus amigos no eran maleantes, pero sí huachucheros. Viajaban a Caletones o hasta Sewell transportando aguardiente a lugares mineros donde imperaba la “Ley Seca”.
Queco,
en esa época se olvidó de los sueños de tener un carretón de mano. Se sumió en el goce de tener una mujer en los
lugares donde había vida alegre Cabarets de Santiago como el “Zepelin”, el
Goyesca, El Negro Bueno, el Bar Juanito de la plaza de Almagro eran visitadas
por Queco cuando viajaba a la capital cada quince días. Y como el afán de las
mujeres lo subyugó, a veces pedía a un compañero de trabajo “El Guaina” le
facilitase su bicicleta para viajar a Rancagua y volver en ella, antes de la
cinco de la madrugada a su trabajo.
Y
con ello se restablece el sueño de tener vehículo de Queco. Adquiere una buena bicicleta con facilidades
de pago a un profesional y deportista del ramo de su pueblo, para viajar a
Rancagua y para otros menesteres dentro de su localidad.
Y la
vida siguió su curso normal para Queco.
Decidió contraer matrimonio en Mostazal, año 1957. Ya tenía algunas experiencias y aventuras y
consideraba tener derecho a tener familia.
El hombre no miraba mujeres de su pueblo porque consideraba que eran
discriminadoras por su defecto físico y porque se había acostumbrado a mujeres de vida alegre. Para cambiar, miró a una muchacha de otra
ciudad, San Francisco de Mostazal, cuyas cualidades era su timidez y sus
gruesos “choclos”. *
Un vecino del barrio le facilitó un automóvil para trasladar a la novia que vivía a 14 kilómetros de la ciudad. El vehículo fue conducido por el Lenín, amigo del barrio. También asistieron a la boda otros cuatro amigos y el Padrino del evento. Además, fue acompañado por su hermano Ramón. Como eran muchos, no cupieron en un viaje, el auto
debió
trasladar al primer grupo, donde viajaron los novios, el padrino y un amigo,
volviendo de inmediato a Mostazal a la iglesia, donde esperaban ser trasladado
el resto de los amigos de Queco. Era la
época de los año 50, por lo tanto, las condiciones viales y vehiculares eran
´pésimas.
Y en
Graneros, el ágape se inició. Pasaron
algunas horas y el resto de los amigos y comitiva al matrimonio no
llegaba. Queco en su fuero interno
divagaba ¡Ah, si yo tuviese un auto propio¡
Al
final, después de tres horas llegaron los ausentes. Habían empujado por tres horas en camino de
tierra pedregosa al vehículo que sufrió una panna*
Y se
pobló el hogar con dos hijos (Ricardo
16 de Agosto de 1958 y Tina 18 Septiembre 1959).
Queco seguía soñando con su auto propio.
Su sueño de un auto japonés moderno podría haber surgido de algún premio
de lotería, pero eso era casi imposible.
De todas formas, en la época de las motos y motonetas, año 1960
aproximadamente, Queco adquirió una de estas máquinas. En ellas se trasladaba a
paseos el matrimonio e hijos; de cualquier forma, el varón, a horcajadas
delante del asiento del conductor y la niña entre el asiento de la acompañante,
en este caso la madre y esposa de Queco “La Carmela”.
Y
transcurre el tiempo. Ya los niños han
crecido y Queco aún no logra el sueño del automóvil moderno. En este lapso logró tener una camioneta que
primariamente era un auto Ford, modelo 30.
Después logró una “Citroneta” modelo año 1962. Esta era tan rápida de velocidad que una
noche voló: Se la robaron desde frente a su vivienda y nunca más la volvió a
ver”.
Pasaron
los años. Ya en el siglo XXI, año 2002,
los años le pesan a Queco, es cierto, pero el sueño de un auto japonés le
parece muy cercano. Una sobrina tenía
uno de estos, Mazda para ser exactos y Queco lo adquirió para cumplir su
sueño. Tenía detalles de motor y
abolladuras, pero “el mago Carrizo” lo dejaría “impeque”*, pensó Queco. Total, era el último sueño de este anciano
que se podría realizar.
Queco solicitó los servicios de un mecánico que viajaba desde Santiago para reparar el motor. A la vez el genio de los desabolladores locales, repararía los daños que causó e último estrellón que sufrió el vehículo. Ya en el taller, el personal de Carrizo no le ponía interés en desabollar. Por su parte, el mecánico, desarmó rápido el motor y entregó una lista de repuestos a Queco. Y se inicia el drama. El automóvil japonés ya no era tan vigente. Los repuestos eran escasos. Después de mucho viajar y andar en Santiago, logró que el maestro armase el motor. Aquí surgen otros dramas. El motor funcionó un cuarto de hora y se detuvo. El maestro pidió que la máquina fuese arrastrada por un camión para que así funcione indicó el maestro. El asunto falló y de nuevo se desarmó el motor. Tenía dañada algunas piezas a causa del arrastre para que partiera. Queco buscó una culata yun eje de leva difícil de encontrar en el comercio que encontró en desarmadurías. Mandó a reparar estos elementos para que pudiesen ser usados en el vehículo. De nuevo falló el trabajo y ya sacando cuentas, Queco detectó haber pagado casi un auto año 2002, en los repuestos y otros que a la sazón había efectuado.
Y ya
el asunto estaba listo. Le faltaban muy
pocos detalles para trasladar el automóvil hasta la planta regional de Revisión
Técnica. Sabía que allí las cosas eran
difíciles si no se tenía “el contacto” para pasar la revisión. Y él, era amigo de cumplir las reglas de
seguridad. Por lo tanto, era su interés
que el vehículo estuviese en buena forma técnica. Además, en la reparación había gastado todo
el dinero que acumuló en su libreta de ahorros durante 40 años y el producto
del desahucio que recibió en su jubilación.
Su
esposa y los hijos nada le decían. Era
el sueño del viejo tener un auto bueno y no le criticaban su empeño. También le era cercana una vieja hermana que
le decía ¿Cómo va el auto Queco? A lo
que éste respondía ¡Me falta poquito! Un
día le dijo: Me faltan dos neumáticos nuevos, y la hermana le pasó un cheque
para comprar ambos repuestos.
Para
mayor desgracia, la parte eléctrica del auto debió ser reparada tres
veces. La primera, se quemó el motor de
partida. La segunda fue reparada una
parte, pero al sacar del taller al vehículo, el maestro calculó mal una
maniobra y rozó una camioneta que estaba también en reparación. Queco debió cancelar el costo del
accidente. Dos días después volvió con
el “Mazda” impecable, reparadito y todo.
Sólo le faltaba alinear las luces.
Muy contento llegó a su casa para ubicar los documentos de su adquisición
motriz. La esposa le dijo ¡Qué
bien…pero, está chocado en la parte del guardafangos derecho trasero! Queco no se había percatado de ese error ocurrido de nuevo en el taller
del electricista. Otra vez volvió a la
reparación de la parte accidentada y un nuevo pago acrecentó la cuenta de la
puesta en marcha del vehículo japonés soñado por el ya anciano futuro
automovilista. Después de sortear los
muchos obstáculos, Queco pudo llegar a la Planta Revisora.. ¡Un conocido le
había manifestado por ser año 1978, su auto no va a pasar la revisión! Pero está todo reajustado y con repuestos
nuevos –contestó nuestro protagonista – Sí, dijo el interlocutor, pero igual le
van a hacer revisar por dos veces el coche.
Ya
en la Planta Revisora de Rancagua, el diagnóstico fue: Rechazado. - Debe revisar los gases. -Los asientos no tienen buen tapiz. - La
alineación es deficiente. - Debe renovar la máquina por un auto nuevo.
Queco sintió un vértigo. Quiso reaccionar en forma violenta y recordó que para salir con cero falta de la revisión técnica, había en muchos casos, que ponerse con una atención para el técnico. Y Queco ya no tenía dinero. Su capital era justo para la bencina y volver a Graneros. Cayó de bruces al suelo roncando más fuerte que el motor de su antiguo Ford año 30, un eje de leva difícil de encontrar en el comercio que encontró en desarmadurías. Mandó a reparar estos elementos para que pudiesen ser usados en el vehículo. De nuevo falló el trabajo y ya sacando cuentas, Queco detectó haber pagado casi un auto año 2002, en los repuestos y otros que a la sazón había efectuado.
Y ya
el asunto estaba listo. Le faltaban muy
pocos detalles para trasladar el automóvil hasta la planta regional de Revisión
Técnica. Sabía que allí las cosas eran
difíciles si no se tenía “el contacto” para pasar la revisión. Y él, era amigo de cumplir las reglas de
seguridad. Por lo tanto, era su interés
que el vehículo estuviese en buena forma técnica. Además, en la reparación había gastado todo
el dinero que acumuló en su libreta de ahorros durante 40 años y el producto
del desahucio que recibió en su jubilación.
Su
esposa y los hijos nada le decían. Era
el sueño del viejo tener un auto bueno y no le criticaban su empeño. También le era cercana una vieja hermana que
le decía ¿Cómo va el auto Queco? A lo
que éste respondía ¡Me falta poquito! Un
día le dijo: Me faltan dos neumáticos nuevos, y la hermana le pasó un cheque
para comprar ambos repuestos.
Para
mayor desgracia, la parte eléctrica del auto debió ser reparada tres
veces. La primera, se quemó el motor de
partida. La segunda fue reparada una
parte, pero al sacar del taller al vehículo, el maestro calculó mal una
maniobra y rozó una camioneta que estaba también en reparación. Queco debió cancelar el costo del
accidente. Dos días después volvió con
el “Mazda” impecable, reparadito y todo.
Sólo le faltaba alinear las luces.
Muy contento llegó a su casa para ubicar los documentos de su adquisición
motriz. La esposa le dijo ¡Qué
bien…pero, está chocado en la parte del guardafangos derecho trasero! Queco no se había percatado de ese error ocurrido de nuevo en el taller
del electricista. Otra vez volvió a la
reparación de la parte accidentada y un nuevo pago acrecentó la cuenta de la
puesta en marcha del vehículo japonés soñado por el ya anciano futuro
automovilista. Después de sortear los
muchos obstáculos, Queco pudo llegar a la Planta Revisora.. ¡Un conocido le
había manifestado por ser año 1978, su auto no va a pasar la revisión! Pero está todo reajustado y con repuestos
nuevos –contestó nuestro protagonista – Sí, dijo el interlocutor, pero igual le
van a hacer revisar por dos veces el coche.
Ya
en la Planta Revisora de Rancagua, el diagnóstico fue: Rechazado. - Debe revisar los gases. -Los asientos no tienen buen tapiz. - La
alineación es deficiente. - Debe renovar la máquina por un auto nuevo.
Queco
sintió un vértigo. Quiso reaccionar en forma violenta y recordó que para salir con cero
falta de la revisión técnica, había en muchos casos, que ponerse con una
atención para el técnico. Y Queco ya no
tenía dinero. Su capital era justo para
la bencina y volver a Graneros. Cayó de
bruces al suelo roncando más fuerte que el motor de su antiguo Ford año 30.
Y Queco nunca cumplió su sueño. No le quedaban amigos. Todos habían partido antes que él.
Al
ingresar su alma a una sala medio en penumbras, no atinaba a ubicarse, hasta
que divisó una luz y un aviso luminoso que indicaba: “Purgatorio”. Y un
letrero informando: “Quienes provengan de la Sexta Región, Chile
y deseen ingresar y conducir vehículos motorizados no contaminantes en este
Purgatorio y no tenga al día el certificado
de Revisión Técnica de la máquina otorgado por una Planta Revisora
rancagüina deberán esperar el Día del Juicio Final, o buscarse un
personero político que no tenga antecedentes reprobados en la Corte de
Apelaciones Regional. No se aceptarán
otros documentos que los emitidos por el Ministerio de Transportes Chileno. Al efecto para reclamos u otros, consulte en
la ventanilla del frente signada como Infierno. Ahí recibirán atención
personalizada de acuerdo a su currículum”
Y
entonces recordó que él nunca hizo méritos para ser considerado en cualquier
presentación ideológica o social. Era de
pensamiento en blanco. No comprometido y
no sería bienvenido en el Averno.
Por
lo tanto, el alma de Queco vaga de taller en taller y de planta revisora en
planta revisora, esperando el “Día”
prometido para salir del Purgatorio conduciendo
su automóvil Mazda año 1978, en las super-carreteras no concesionadas del más
allá.”
F I N
Queco.
Nota:
Texto encontrado
aprox. Año 2014 entre los manuscritos y otros documentos y fue traspasado
íntegramente de acuerdo al texto original.
Es parte de la vivencia de un soñador y Quijote mi padre Sergio Osvaldo Faúndez Gaete, quien falleció el
23 de Noviembre del año 2012. Fue pionero en reconstruir la Historia de su
pueblo Graneros en sus Crónicas de Graneros, Editor del Periódico Quincenal
ESFUERZO. Hijo Ilustre de su Graneros
querido.
Su hija
Bernardita Faúndez Lorca
14 de Noviembre de 2021.